Si algo cruza a esta notable película de los realizadores israelíes Yaron Shani y Scandar Copti, es la relación con el dinero y su búsqueda, como motor de la desesperación y la desgracia.
Todo, parecen decir, en medio oriente, se entiende a partir de cuentas que no dejan de saldarse para abrirse como heridas interminables, confundidas, de una violencia que se cierne en los cuerpos, en la represión de los cuerpos, en los que los lazos de religión, identidad y tierra, no hacen más que distanciar lo próximo, como si cada personaje estuviese condenado a ver la vida, como una pelicula en un idioma extraño y sin subtítulos.
Con una estructura que puede remitir a los films BABEL de Gonzáles Iñárritu o VIDAS CRUZADAS de Paul haggis en su estructura, lo que hace a esta película de un nivel notable, es más lo que la emparenta con GOMORRA de Mateo Garrone: la idea que la descomposición se vive entre vecinos, entre parientes y el espacio como una herida que cruza las relaciones y las corrompe en las que el dinero mueve la desgracia.
Roberto Camarra
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