En un estado de insanía, jugar con la muerte parece la única droga que impide la fábula demente de un universo perfecto.
En un universo en el que todo refiere a una cuenta regresiva y a un análisis de daños: the kill zone, el tiempo para esperar que la bomba estalle, el tiempo para enviar de licencia al grupo antiexplosivos a su casa.
Tiempo cumplido, el personaje de William James está lejos del polvo y la escoria del otro mundo, hecho de traductores que transcriben actos incomprensibles, está cruzando el océano de sus trajes de buzo para evitar fragmentos de granadas, y haciendo compras en un supermercado de su país, Estados Unidos, con la tarea que le deja su mujer de llevar una caja de cereal para el desayuno. Y entonces duda y no entiende y no puede decidir por la cantidad y el derroche del packaking de lo innecesario, un universo con infnitas y previsibles posibilidades, pero indiferente el en que en tal opción no produce sino una repetición al infinito, en góndolas pulcras, y asépticas.
Es tal vez una escena entre el todo y la nada del otro espacio, una especie de luna, el crátrer de Irak; un mundo reducido a personas a punto de explotar, por causas que tampoco entiende y que no podrían más que afectar su cuerpo, el perímetro, los edificios. Un universo en el cual aunque no comprenda, no se puede dudar: a diferencia de las cajas de cereal en el supermercado, en el que las posibilidades infinitas dan otra cara del hastío y la desesperación.
En la luna del polvo y el calor, los tanques circulan con la primera línea de buzos-astronautas entre gente que se esconde en las ruinas y en el que entre basuras, cadáveres y restos, un cable determinada la muerte. Un mundo en el que descifrar los códigos no implica entender, en que las víctimas no llegan a ser una persona, no encuentran un vínculo, tanto que mueren y resucitan, y el asombro explica que lo único que puede desarmarse, entender y mirar, es el sistema detonador de las bombas caseras de los hombres bombas contra el ejército más poderoso del mundo.
En un film acerca del reconocimiento, el desactivador antiexplosivo siempre está a punto de estallar y mantener el control es el orgasmo inacabable.
Acaso no importe más que morir, en vidas vaciadas de otro significado que no sea el riesgo.
Roberto Camarra
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