James Cameron nos lleva de viaje a un universo de hombres y mujeres azules, un territorio en comunión natural y social, y al hacerlo, propone que la tecnología es otro espacio de la conquista, un espacio brutal y en donde lo que importa es la ambición, y la desaparición de las civilizaciones que se ponen en el camino. Aquello de que se convierten al viejo mundo o córranse que viene la topadora.
Acusada de fraude por un escritor español, la historia nos lleva a una mitología fundante, a la épica, pero el autor de TERMINATOR Y ALIEN, no puede evitar el melodrama central, un poco a la manera del NACIMIENTO DE UNA NACION, en el que la pareja se conoce y en la voluntad de conocer es separada por la guerra.
Pero la obra de Cameron, una película lounge, ultrapop, pero a la vez sumergida en la era de Acuario, nos trae múltiples referencias y es deudora de infinitas tradiciones.
Bienvenidos a la era virtual, el mundo es binario, y así es su lógica, lógica de tiempos en que los guerreros se han convertido en mercenarios y los científicos son empleados de las multinaciones que cumplen órdenes y funciones subsidiarias: la búsqueda de la extracción del oro, en la forma o nombre que este tome.
Roberto Camarra
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