6 jul 2010
Eclipse
Los vampiros son seres fuera de tiempo y traducen, de alguna forma, el desgarramiento del crecer, de repetir y permanecer en las formas tradicionales que socialmente son aceptadas. Así, lo inaceptable se reviste de un disfraz de los posible. La ruptura de lo adolescente y la elección entre la muerte en vehículo de boda con anillo y declaración formal y lo sexual en cuerpo de lobo, hacen que este film hable del territorio de lo jóven, aquello que irremediablemente se perderá o que subsistirá en carne muerta, en cuerpo frío, no vivo.
Doble operación del film, en los gritos de las espectadoras que ven un cuerpo que adorarán inalcanzable, y el de los protagonistas, destinados a desgarrarse, a elegir y perder, a cruzar la frontera o a permanecer como muertos, inmortales, congeladamente felices, lo que no producirá sino una angustia infinita. El personaje de Kristin Stewart debe dejarlo todo, patria y familia, y aquí está de nuevo el tema de la normalidad, el extrañamiento del que habla con Robert Pattinson. Por detrás, la violencia de la carne jóven, la incomprensión de los adultos, en otra era de hielo, a su manera, con sus vidas rotas y sus recuerdos de souvenirs extravagantes.
Si el film comienza con un beso apasionado, en un marco de flores, en un prado que representa un paraíso sin tiempo, la muerte parece correr disimulada en la mitología para dejar las marcas del tiempo en las cicatrices del cuerpo, para recordar aquello que se va a perder y de los que no quedará más que la melancolía de un bosque en una primavera fría.
Roberto Camarra
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