Por una cabeza
Acaso el retrato de unos personajes poco abordados en el cine argentino expliquen el encanto crepuscular de la película. El otro es el de la ciudad de Mar del Plata, que permanece deliberadamente ajena y distante, como si no tuviera nada que ofrecer más que pasillos de hotel y casas en las que se cierran tratos turbios. Esa mirada, esa playa, el espacio, no entran en juego nunca. Lo que existe es el tiempo sin tiempo de los casinos, de los hoteles, de las transas.
El personaje de Awada es el aquel que lleva y trae. Un tipo de persona, "un soldado", como se define, que está dispuesto a hacer mandados a cambio de unas migajas. Una especie de mayordomo todo servicio, menos funcional y tan cansado como para saber que ya no hay fichas que jugar.
El otro tipo de personajes no tan abordados por el cine argentino a los que se les anima el director Dan Gueller, pertenece al cuadro de los herederos sin cuna aristocrática: nietos que recibirán el dinero que el abuelo no les suelta para evitar que destruyan todo a su paso. Pero la generación de jugadores compulsivos, aquellos a los que hace referencia el tango "Por una cabeza" y la voz de Gardel, son de otra época y de otros códigos. Ahora las adicciones son, irrefrenables y traidoras y estos generación una legión de maleducados, egocéntricos y manipuladores; perdedores, jóvenes traídos de una película de los Cohen o de un grotesco italiano, tienen poca carnadura para llegar al centro de lo existencial, son puro vacío desagradable, espacio del cuerpo y de la pérdida que sí tienen los viejos que encarnan Alejandro Awada, Oscar Alegre,Andrés Zurita, cuyas trabajos valen por sí solos la entrada. Habría que reveer el Film de León Klimovisky (1947), para ver cuánto tiene Alejandro Awada de Roberto Escalada. Porque estos viejos, que buscan cheques que cambiar, negocios que aprovechar, cuerpos que imaginar, ovejas a las que salvar, desconocen que no están más en su tiempo, en que ni la policía guarda honor cuando se dedica al mal, y cuya amistad en medio del derrumbe es como esos edificios anacrónicos del Casino y del Provincial, majestuosos y vacíos, una señal de que a lo mejor el tiempo pasado, sí, fue mejor.
Texto de Roberto Camarra, especial para www.rayoverde.com.ar
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