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14 feb 2014
Philomena
El sábado de la semana pasada fui a visitar a mi abuela porque la había notado un poco decaída cuando la llamé por teléfono. Cuando llegué a la casa, me sorprendí al encontrármela más triste que enojada. Estaba triste de verdad, no estaba nerviosa, ni estaba enojada con el vecino de arriba, ni estaba enojada conmigo ni con mi hermano. Estaba triste porque se sentía cansada de su soledad y, sentada en el sillón en el que suele sentarse, me miró con los ojos caídos y me dijo “estoy triste porque me siento sola, voy al cuarto y quiero romper todo y vuelvo al living y ya no se a dónde ir”, después de eso me dijo: “Si estuviera tu mamá no me sentíría tan sola”. Yo no se si es verdad y además es imposible tener una respuesta, pero ella no tenía ninguna duda. Pero su tristeza inevitablemente se me contagió y no dejé de sentir su pena durante toda la semana. No puedo ni siquiera asomarme al tremendo dolor que debió haber sufrido tras el suicidio de su única hija. No puedo, ni siquiera es que me duele tanto que lo bloqueo, simplemente no puedo acercarme a ese dolor, es tan inimaginable que no puedo estar cerca de ahí.
Mi abuela es una persona conflictiva con quien tuve y aun tengo una relación difícil, no comparto con ella casi pensamientos, ni posiciones políticas ni casi nada. No tengo palabras para describir mi relación con ella porque de alguna manera, todo lo que me ocurre son sensaciones e imágenes que nunca procesé y no pretendo hacerlo. Todo lo que construimos juntas fue dado a través de imágenes. Todas sus expresiones sinceras se dieron a través de imágenes o porque las imágenes obligaron a una parte de su alma hacerlo. Mi abuela, madre de mi madre, que casi no conoció a su hija, es la única persona que puede hablarme de ella. Es quien puede reconstruir el resto de una foto cuando solo tengo una foto. Mi abuela, de quien me creo tan diferente, casi opuesta, en la descripción de su tristeza me pareció un espejo de mi propia tristeza, de mi sensación de soledad. Pero mi abuela es dura en aspecto, a pesar de que es una persona pequeña y sus 93 años se perciben en su tamaño, en su voz, en el peso de sus ojos. Sin embargo, quienes la conocen saben que es dura, que tiene mal carácter, que es autoritaria, que no soporta que le compartan ninguna opinión distinta a la que ella crea, etc. Justamente, el martes de la semana pasada, tomando unas cervezas con Lucho, él me decía que la única vez que vio a mi abuela fue en el entierro de mi mamá, su hija. Que la vio sólo unos minutos, bajando de un auto, agarrada de alguien, muy chiquita y devastada. Estuvo en el entierro sólo unos minutos, Lucho recuerda eso y yo sólo recuerdo que no pude mirarla. Que jamás en mi vida la había visto ni cercana a esa situación física. Porque murieron otros parientes, y yo la vi antes muy triste, pero ese día, su físico de desintegró. Yo la vi chiquita y devastada, como si fuera la sobreviviente de un terremoto que se había llevado todo. Y fue tan increíblemente fuerte sólo esa imagen, fue tan fuerte verla asi, que sólo vi ese minuto, o solo recuerdo ese. Puedo dibujar tan claramente ese momento, me quedó tan grabado en la mente, que lo veo casi como una fotografía que nunca existió.
De una manera que no creo casual, la historia de mi mamá y la que me une con mi abuela está casi toda brindada a través de fotografías, algunas que existen y otras que no. Mi abuela, en el regalo más generoso y valioso que me hizo en su vida, me regaló, de a poco, todas las fotos que tenía de mi mamá. Desde que nació hasta el momento en que dejaron de verse, en la adolescencia de mi mamá, todas sus fotos las tengo yo. Es la misma mamá que me tuvo a mi, pero es mi madre hija. Mi mamá, hija, retratada por sus padres, como padres. El padre fotografía algo que el hijo no puede y viceversa. Uno siempre es hijo pero no siempre es padre, la foto de mi mamá antes de mi es distinta a la foto de mi mamá a partir de mi. Cuando mi mamá se murió yo todavía no había llegado a conocer toda su vida. Conocí a mi mamá como mi madre, no llegué a conocer mucho de ella como hija, porque no tenía buena relación con su mamá. Conocí, por medio de sus relatos, a su padre Mario, mi abuelo que no llegué a conocer porque murió cuando ella era adolescente y del cual mi mamá sólo tenía una foto que atesoraba con mucha fuerza. También tenía un avión de lata, que era muy lindo, que ella me decía que era de su papá. A través de todos esos elementos construí mi versión de mi abuelo. Tiempo después, mi abuela me mostró y también me regaló casi todas las fotos de mi abuelo. Entre las fotos que me regaló mi abuela y los relatos de mi mamá pude construir una figura más o menos acertada de mi abuelo. Mi abuelo era flaquísimo y remaba, muchas de sus fotos lo muestran en el río. También me pasó eso con mi abuela. Yo la conocí como una vieja rezongona, malhumorada y nerviosa, pero yo la conocí casi sola. Cuando yo nací su marido ya había muerto, mi mamá estaba enojada con ella y casi no hablaban y su actividad que más recuerdo era comprar. Compraba de todo y cualquier cosa, en algún momento, cuando en Buenos Aires se hicieron populares los locales de “todo por 2$” mi abuela tuvo su gloria. Para ella todos los floreros y portarretratos y adornitos eran obras de arte en oferta. Y se los compró todos. Y cocinaba muchísimo, y su vida era eso. Me cuidaba a mi los fines de semana y en la semana salía a comprar objetos de 2$. Sin embargo, en sus fotos no era asi. En sus fotos ella viajó, y se rió y anduvo casi desnuda metida en ríos peligrosos. A diferencia de lo que yo conozco de ella, en sus fotos ella es feliz. Las fotos de mi abuela prueban que lo que conocemos de las personas es sólo la mitad (con mucha suerte). Yo nunca la vi feliz a mi abuela, pero hay pruebas que ilustran esa felicidad. Algo así me pasó con las fotos de mi mamá. En la casa de mi abuela sólo había una foto de mi mamá, desde que yo era chiquita. Era una foto en donde mi mamá tendría un año o dos a lo sumo, estaba sentada en un banquito y tenía unos rulos muy bien armados. Cuando yo era chiquita me parecía que era una muñeca, aun hoy no se bien si es mi mamá o está demasiado pintada la foto y crea esas dudas. Sólo esa foto de mi mamá en su infancia, y ninguna más. Sí tenía fotos de mi mamá en su casamiento, fotos bellísimas que sacó un fotógrafo que en ese momento trabajaba en el Buenos Aires Herald (la hermana de mi otra abuela trabajaba ahi). Hay fotos de mi mamá conmigo cuando yo era chiquita y algunas también de cuando nació mi hermano, fotos de ella con mi papá y muchas fotos de vacaciones. Pero de mi mamá de pequeña, de mi mamá cuando no era aún mi mamá no sabía nada. O no había visto nada, salvo esa foto extraña. Pero lo que sí tenía de su infancia fueron sus relatos, mi mamá era experta en contar cuentos. Los contaba de manera dedicada y paciente, le ponía amor a cualquier relato y le gustaba mucho leer. Pienso que mi hermano sacó de ella esa capacidad para escribir tormentas. Y para describir tormentos. Mi mamá narraba muy bien. Y me contaba historias sobre su infancia, montones. Me contó que adoraba a su papá, y que siempre se llevó mal con su mamá. Me contó cosas que mucho tiempo después su mamá me dijo que no eran verdad. Parte de la construcción del relato de su vida anterior a ser mi madre, quedó en duda después de que ella murió. Y cuando quise saber qué fotos había de eso me di cuenta de que no había nada. Entonces no iba a saber nada. O iba a saber lo que yo eligiera. Ahora cada vez que encuentro una foto de mi mamá es, para mí, un tesoro. Porque encuentro en esas fotos cosas que no vi en vida de ella. Y porque me creo detective y siento que siempre hay algo más por saber. Todo lo que se de mi mamá puedo ponerlo en una lista muy larga, pero todo lo que vi de mi mamá no puedo enumerarlo porque es demasiado. Hay momentos que compartí con ella que puedo dibujar porque recuerdo hasta el olor que había. Pero no hay fotos. Y las fotos que hay me ayudan a reconstruir lo que no conocí y también lo que perdí. Todo el intercambio que hago con mi abuela respecto de mi mamá, todo lo que ella me cuenta de mi mamá hija yo se lo devuelvo contándole de mi mamá madre. Pero a todas las fotos que me muestra de mi mamá hija no tengo nada que devolver, porque no hay y las que hay son tristes y dolorosas, porque en muchas de esas fotos se evidencia su inestabilidad emocional. Nunca le mostré esas fotos a mi abuela porque todo lo que hay para descubrir ahí es muy terrible.
Philomena, de Frears, empieza con una foto. Una anciana tiene entre sus manos la única foto que conserva de su hijo, que muchos años atrás fue vendido por las monjas que la albergaron por ser madre soltera. Philomena, la anciana, busca a su hijo imaginando cómo será con el paso de los años, cómo se verá, de qué trabajará, si es o no buena persona. Con la ayuda de un periodista rastrean información hasta que encuentran otras fotos. En esas fotos descubren que el hijo y el periodista eventualmente se habían conocido. Sólo una foto puede darnos esa posibilidad, la de volver apenas un poquito el tiempo atrás y volver a ver algo que en su momento perdimos de vista. La fotografía otorga otra oportunidad de ver lo que no se vio. Toda la construcción de una madre que perdió a su hijo es, en esta película, a través de las fotografías, algunas, meros registro de un evento social. Y todo, absolutamente todo lo que la madre va descubriendo es importante. Por eso, cuando su amigo periodista le dice que una vez lo vio, ella le dice desesperada: -y qué te dijo?, él contesta: -uhm.. hola?. Y ella sonríe y entusiasmadísima repite hola… hola. Ese hola que pasa desapercibido en un momento común, para el que busca desesperado es valioso como el oro. Los que perdimos algo siempre estamos buscándolo por cualquier lado, buscando la respuesta de por qué perdimos lo que perdimos o viendo aquello que perdimos en cualquier cosa que hayamos encontrado. La muerte, desde el punto de vista más optimista puede ser pensada como un desencuentro, como un período de tiempo en que no vemos lo que no hay que ver. En donde el poder reside en afinar los otros sentidos y sacar fotos de la galera para vivir con momentos que efectivamente sucedieron.
Por eso mi abuela muestra tantas fotos de mi mamá pero dice poco, porque el idioma de la imagen es más fácil para ella y también es más fácil de atesorar/tergiversar. Todavía busco fotos de mi mamá y todavía busco relatos de los que la conocieron. Todo lo que me queda de ella lo cuido porque es parte de mi y todo lo que veo de ella en otros me lo quedo para mi, la muerte de mi mamá me convirtió en detective y también en vampiro, todo lo que hay de ella en el aire lo necesito cerca, tanto las cosas buenas como las malas. Todo lo que veo de ella en mi abuela lo fotografío como haciendo un inventario de lo que ya no tengo pero recuerdo. Porque el recuerdo vivo también va perdiendo potencia y por desgracia ya hay cosas que se me van perdiendo.
La muerte, a veces, trae rencores, bronca y enojo. Algunas muertes son como agujeros negros que se tragan todo, incluso el tiempo. La búsqueda distrae del enojo y de la amargura. Además de la búsqueda y del papel de la fotografía como protagonista de la película, hay otro tema que cobra relevancia y que se entrelaza con el argumento principal y es el perdón. Philomena tiene el don y la sabiduría de saber esperar y sobretodo de saber perdonar. Porque la angustia del que ha perdido todo, una vez que el tiempo y los ríos lavan un poco al menos las heridas, se convierte en parte de uno y saber perdonar salva y libera. Liberarse del odio a los demás y a uno mismo, de las culpas y de la vergüenza es volver a encontrarse con quien se fue.
L.L.
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