5 feb 2012
Alfredo Casero y José Larralde, maestros del relato y de la disgresión en el Auditorium de Mar del Plata
Experiencia extraña de ver a estos dos artistas en escena que se presentaron en el teatro Auditorium de Mar del Plata separados por unos pocos días y compararlos. Alfredo Casero, el cómico televisivo, el conductor incontrolable que maneja un género multimedial y con la tecnología comunicativa de estos tiempos, con música en vivo, canciones, proyecciones, publicidades apócrifas, facebook y twitter en distintos niveles de lenguaje; un artista a la vez con un salvajismo a punto de caer llevado por un relato en el que juega la disgresión, que por las oníricas imágenes herederas del surrealismo, casi un dadaísmo contemporáneo, de fractura del espectáculo y el tiempo, del manejo del horario y de la imprevisible. "No hay nada que entender", repite Casero, una y otra vez.
Pueden convivir enanos cayendo desde el cielo, recriminaciones a los pantalones tejidos de la madre en Mar del Plata, abuelas que bajan trenes de aterrizajes de aviones con el brazo, circos, relatos de formas de financiar una película, arengas al carpe diem y canciones que un gran intérprete como Casero convierten desde el alemán, el griego y el japonés, en idiomas de una cercanía y una belleza asombrosa.
Y el Señor Larralde, que hace todo su recital con las luces encendidas, "para ver quién viene tirando", y no duda, sólo con su guitarra y su pelo y barba blancas, en cargarse a toda clase de gobiernos, provinciales municipales y nacionales, en atacar la expoliación de los suelos por las multinacionales mineras y petroleras y la contaminación y la tierra arrasada que estas generan, en insultar a la SIDE y a los controles, y al mismo tiempo relatar un universo que se ha ido perdiendo: el de los pueblos en los que todos se conocen, un universo de caza furtiva para subsistencia, de reseros, de bares llamados el canario triste o el trompezón, bares con guitarras sin cuerdas, vasos llenos hasta el borde de los que parecen manar un vino misterioso y lamparitas engrasadas que difuminan la oscuridad interna, cuando afuera es campo.
Otro maestro de la disgresión, siempre a punto, en sus canciones, de llevar la voz de los payadores, de la tristeza infinita, de los que se van si mirar atrás, con el sombrero echado, por injusticia, en la que sólo un ovejero es testigo de la pena y del no volver.
Hay algo en la fuerza de estos dos artistas, Alfredo Casero y José Larralde que los hace continuadores de la tradición, de aquel que cuenta para soñar de aquel que cuenta para que el olvido quede convertido en canción.
José Larralde y Alfredo Casero. Presentaciones en el Teatro Auditorium de Mar del Plata.
Roberto Camarra.
Especial para www.rayoverde.com.ar
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