4 nov 2010
EXCESO: MARCOS LOPEZ EN RUTH BENZACAR
EXCESO
Quiero todo. Pintar al óleo un paisaje de Catamarca en tonos ocres sobre un empapelado de rosas rococo rosadas. Dejarlo secar bien un par de meses, y luego remarcar las luces y las sombras con acrílicos de colores fuertes.
Quiero ser Jeff Koons y quiero ser La Cicciolina. Bailar en la compañía inestable del Club 69. Filmar una escena con Alejandro Urdapilleta a las cinco de la mañana, un día de semana, en un bar que está a la vuelta de la estación Constitución. Una mezcla de documental y puesta en escena donde Alejandro recita la letra de la canción mas famosa de Ramón Ayala."El Mensú". Trabajar cámara en mano o con trípode. Me da lo mismo. Que pasen por el medio del cuadro las chicas travestis que paran en el bar. Que hagan coro los borrachos que conocen la letra. Interactuar.
Aprovechar lo que pasa en la "realidad". Filmar sin cortes hasta que sean las ocho de la mañana. El poema resonando entre la última cerveza de las cinco de la mañana y el primer café con leche que toman apurados
los trabajadores que vienen al centro desde el Sur. Adrogué, Claypole, Gerli, Burzaco, Temperley... Contar el mundo desde la esquina de mi casa. "Selva, noche, luna, pena en el yerbal / El silencio vibra en la
soledad / y el latir del monte quiebra la quietud
con el canto triste del pobre mensú..."
Quiero que nunca pase el tiempo para que Aliona tenga siempre cinco años y que yo pueda contarle siempre sus mismos cuentos preferidos: el de una millonaria que tiene un cerdito que un día descubrió que su vida eraaburrida en el palacete victoriano donde vivían, saltó un tapial y se fue a jugar con otros cerditos en un charco de barro. Y fue feliz. O el otro cuento de Ramón, el avioncito campeón. Ella los elije. Y no le gusta que yo invente frases, o cambie palabras que no me suenan bien en la version original. Le gusta que se los cuente como están. Igualito. Sin inventar nada. Recién ahora, pensando en esa escena a la distancia, me doy cuenta que esa repetición es un mantra. Si uno de verdad está conectado, la acción causa el mismo efecto de elevar el espirítu y de ir hacia lo sagrado que se experimenta en las prácticas religiosas ancestrales. A veces, cuando nadie interrumpe y yo puedo mantener con calma el tono monocorde en el relato, sin teatralizar, sin darle jerarquias a la acción de los diferentes personajes, entramos en contacto con nuestros duendes. Nos acompañan en el cuento. Bajan. Están junto a nosotros. Atravesamos el tiempo y el espacio en diagonal. Y ella se queda dormida con luz en el alma. Se fortalece porque se siente acompañada. Crece.
También me gustan las transmisiones en vivo y en directo. Me inspiran. Recuerdo el primer plano de la cara y los gestos que ponía la cantante Soledad cuando revoleaba el poncho en el escenario mayor 9 de julio en los festejos del Bicentenario. Sus dientes. Su entusiasmo. El gesto que hace con el cuerpo cuando hace silencios para dejar cantar al público... Para mí Soledad es como la imagen de la patria.
En fotografía, no pienso en la coherencia ni el estilo. Sinceramente, no me importa. Lo que tiene que salir, saldrá. Un día puedo hacer un retrato en blanco y negro estilo Humberto Rivas, y al otro armar una situación teatralizada con una modelo vestida con bata escocesa, enaguas celeste, en chancletas hawainas verdes, en una cantina de la Boca, apoyada en un mantel plástico de cuadrillé celeste con rosado. Barroco churrigueresco
cuzqueño mezclado con la vibración fosforescente de los murales psicodélicos que decoran las paredes en los cabarets de Iquitos. Luz Negra. Amazonas. Sangre, ayahuasca, sudor y lágrimas.
Me viene la imagen de Federico Klemm. La Negra Sosa cantando canta conmigo canta hermano americano, en el estadio de Ferrocarril Oeste, en 1982, cuando yo recién llegaba a vivir a Buenos Aires desde Santa Fe. Recuerdo que lloré, solo, en el medio de la cancha de fútbol. Me siento medio hermano del Batato Barea de Marcia Schvartz. Me gustaría ser el cacique que se queda con la cautiva en la mítica pintura que está en el primer piso de Museo Nacional de Bellas Artes. "La vuelta del malón" de Angel De la Valle. Acaban de incendiar un pueblo, saquear una iglesia, degollar al cura y a un par de monaguillos, pero el hombre la lleva con un gesto austero. Pudoroso. Respetuoso. Es un gentleman. Un caballero. No está en pedo ni descontrolado como el resto de la horda de salvajes que vienen cabalgando detrás.
No se si estará bien, o estará mal, pero quiero todo. Una clara sensación de voracidad. Acuérdense del submarino: la primer bocanada de aire del tipo al que tenían sumergido hasta casi ahogarlo, patas para arriba, colgado con la cabeza bajo el agua en un tonel de doscientos litros. La sensación de renacer. De no poder parar de hablar. Como el muñeco de un ventrílocuo empastillado.
Transitar el exceso sin culpa. Escribir, tomar Fernet Branca, hablar por celular y meditar con la respiración al mismo tiempo. Llevar el aire a la boca del estómago, instalarme en el espacio que hay entre un pensamiento y
otro, en esa nada, y dejar que los dedos vayan solos a donde ellos ya saben que tienen que ir en el teclado de la notebook.
Ser Mister Chasman y Chirolita al mismo tiempo. Desdoblamarme. Desdecirme. Cambiar de ideas. Cambiar de ideología. Ni Patria ni Muerte. Ni vencimos ni nos van a vencer. No ser yankee, ni marxista, ni peronista. Hacer como dijo Picasso: si se acabó el rojo le pongo azul. Y para terminar, adhiero a la sabia y delicada sentencia de Nestor Perlonger: No queremos que nos persigan ni que nos discriminen, ni que nos maten ni que nos curen, ni que nos analicen ni que nos expliquen, ni que nos toleren ni que nos comprendan... Lo que queremos es que nos deseen. -
Marcos.López. Agosto 2010
Texto de Marcos López para la muestra en Florida 1000 - Buenos Aires, Argentina
Lun a Vie de 11.30 a 20.00, Sab Cerrado.
Tel 4313 8480
info@ruthbenzacar.com
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