Y allí en la penumbra de un lugar inventado o real se desatan todos los relatos, los relatos que conforman la identidad propia y la historia que nos conforma. Y estas historias,lanzadas al viento ¿son fantásticas, son reales, son un sueño? En la obra que posee el bellísimo título de Todo Lo Que Nombro Desaparece la espera de alguien que no llegará es la excusa para poner en juego las múltiples vidas que tenemos. Entonces, antes que esto desaparezca, se desvanezca, será necesaria una persona que sea testigo o confidente, que escuche el descargo de nuestra historia para que no quede solamente en el desvarío de nuestra voz. Allí, en la mesa apartada de un bar en la que los mozos nos ignoran, La Deseo, transformista de su identidad, nace de nuevo, real y definitivamente, cuando decide bautizarse con su nombre (el que desea) y transforma sus recuerdos para ser muchas otras. Así las historias, en relación con el otro joven al que divisa en una esquina, perdido o también en espera, en un fuera de campo de rincón de una confitería que parece dormida o vacía, hermanada en la intimidad del desconocido al que lo une la atracción y la necesidad de ser escuchada, La Deseo abre su vida, la rebobina, la vuelve a relatar, se equivoca, retrocede y la cambia, como hacemos con la memoria, tan frágil y con la leyenda que formamos de nosotros y nosotras. Es tal el clima logrado, que estamos allí, pendientes de las fantasías de la expectativa y de la pena, de lo hermoso y de lo doloroso, en un bar en el que jugamos, con furia y con amor con la identidad y la memoria antes que seamos olvido.
Mención aparte merecen la poesía del texto, el manejo corporal de Hernán Lewkowicz de una gracia y elegancia incomparables y la sobriedad estilística de la puesta en escena del mismo Lewkowicz y de Jesi Gonzalez Ajón.
Roberto Camarra, especial para Rayo Verde.
TODO LO QUE NOMBRO DESAPARECE
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