El Sabor Amargo de los Terciopelos Azules
“Es un mundo extraño”,
repiten en el film, sobrepasados por la excitación del horror. Dorothy Valens es la Dorothy del Mago de Oz (USA, 1939, Dirigida en los
créditos por Víctor Fleming), la que va por sobre el arco iris, pero en
este caso, el mal reina, y las profundas señales del espanto aparecen en forma
de orejas cortadas en el pasto, de hormigas en la tierra que entran en los
círculos del laberinto del oído y que lo devoran todo.
Pero en “Terciopelo
Azul” (Blue Velvet, 1986, USA, Dirigida por David Lynch), acaso se trate de
lo que escuchamos y sale de las sombras, ruidos que no entenderemos salvo en la
forma de una canción que nos alerte de un mundo extraño en donde el dolor toma
la máscara del mal, la de un tal Frank
Booth, que aspira gas para enloquecer aún más, porque una vez que uno
enloquece ya no hay droga que alcance.
Un dolor más sórdido en el aspecto de lo terrenal aparece en
películas como “Apenas un delincuente”
de Hugo Fregonese (Argentina, 1949)
o en la obra maestra de Fernando Ayala,
“Los Tallos Amargos” (Argentina, 1956).
Hay un aire argentino, de ambición y codicia, un ritmo frenético que es pura
vaciedad, una ciudad que nos lleva a la desesperación y a la rutina, de la que
no podemos escapar porque nos acecha la ruina, esa otra forma del infierno; una
rutina en la que la ansiedad se torna crimen, rápidamente, y entonces, claro,
en locura ciega.
“Vivimos en un mundo
extraño”, parece decir la otra Dorothy
a Sandy (Laura Dern) la que no quiere escapar de su arco iris, porque no
comprende la imagen demente de una mujer desnuda que se abraza a Jeffrey y le habla con palabras llenas
de la angustia sexual que tiene el sabor de quien ha probado el gusto y la
textura del terciopelo azul.
En estos tiempos de amarga desesperación, de ambición
sórdida destinada al fracaso, tiempo que avecinan, leen o profetizan films como
“Los Guantes Mágicos” (Argentina, 2004, Martín
Rejtman), “Apenas un delincuente” o los “Los Tallos Amargos”, películas que describen la desesperación de
la salvación en un instante en negocios con cargamentos milagrosos que sólo
contendrán guantes inútiles que no podrán venderse nunca. Tiempos en los que el
golpe calculado de un robo bien puede pagarse con unos años de cárcel que
conviertan a un empleado destacado en apenas un delincuente. Tiempos para ganar
dinero en un “paf”, como dice el
sospechoso inmigrante que escapa de la guerra de Europa y trabaja de barman,
cuando intenta involucrar a Carlos Cores
en su visionario negocio de pequeños engaños de clases de periodismo mimeografiadas
por correo.
Pero lo que oímos, y lo que vemos permanece en un estado de
trance hipnótico, en un espacio oculto de misterio.
En la película de Fernando
Ayala, la asfixia toma la forma de trajes calurosos de oficina, de verano
porteño de aspas metálicas, en las que los ventiladores no alcanzan a quitar el
ahogo y el hastío.
Ciudad en la que Alfredo
Gaspar (Carlos Cores) transcurre sin
placer por el agobiante turno nocturno del diario o por el encuentro en la mesa
familiar en que la mención de las deudas terminan por contaminarlo todo como en
un sueño recurrente, (la misma escena de encuentro familiar y el clima roto por
la mención al dinero en “Apenas un
delicuente”) y entonces la casa y el trabajo son una condena en forma de
ruina circular.
En la película de
Lynch, para el personaje de Jeffrey,
(Kyle MacLachlan) su universo anterior está hecho de la ferretería heredada
de su padre, del té de las tías a la hora en el que sol aún ve bellos los
objetos del comedor, pero entonces las marcas de los golpes en el rostro de su
viaje a la noche oscura y atrayente marcan que lo anterior no fue un sino un sueño
tenebroso, pero aún puede recurrir a la normalidad reparadora de su espacio
familiar, mientras que para el Jorge
Salcedo de Fregonese, para el Vicentico de Rejtman, para el Alfredo
Gaspar de Ayala el mismo espacio
familiar es la pesadilla.
Carlos Cores
conjuga el resentimiento de clase, la frustración llena de autosuficiencia
suicida. Las pesadillas del mundo infantil que lo poseen en las noches y que
tienen el tamaño de su pequeña cama en la casa materna, provoca que lo que este
extraño mundo tiene para decirnos se convierta en una paranoia feroz.
Lo que consigue Jeffrey,
es que el terciopelo azul que cubre la blancura refulgente de desnudez de Isabella Rossellini sean sus zapatos
rojos de la otra Dorothy que lo lleva
al otro Oz, al territorio azul del el reino del mal, y en el que las dos películas, (“Terciopelo Azul” y “Los Tallos Amargos”), se encuentran: en la
inutilidad de recordar con desagrado las
razones de la furia de no encajar en la normalidad y en el buscar con temeridad
los otros mundos extraños.
Y si como Jeffrey
intentamos sostener la respiración por una hendija, mientras aparece aquello
que estuvo oculto siempre y ahora se ve, mientras tira el hilo del misterio (y
el misterio, diría David Lynch en su
serie “Twin Peaks” (TV, 1990/91 firmada
por David Lynch y Mark Frost), es una pesadilla que no podemos terminar de
oír o ver), el de Carlos Cores se esconde
en la sombra de su casa de niño para tapar, con las sábanas o con la tierra,
aquello que no entiende porque no hay algo peor que permanecer con un misterio,
y si no, entonces al misterio hay que cavarlo y enterrarlo aunque luego y
entonces la locura nos persiga despiertos, en imágenes en donde aparecemos
cavando fosos para ocultar cadáveres de donde crecerán los tallos que indicarán
el sitio de la plata amarga del porvenir.
Roberto Camarra
Ciclo de Policial
Argentino en el MALBA
Y películas de David
Lynch, Trasnoche David Lynch por 5.
Durante todo
diciembre.
http://malba.org.ar/web/cine.php?subseccion=programacion_actual
Museo de Arte
Latinoamericano de Buenos Aires
AV Figueroa Alcorta
3415
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