7 feb 2011
Cortar y Pegar
Cortar y pegar se instala en el Espacio Contemporáneo de Fundación Proa y presenta un nuevo proyecto de intervenciones a cargo de los artistas Manuel Ameztoy, Ernesto Ballesteros, Ariel Mora y Andrés Sobrino.
Invitados por Mónica Giron y Santiago Bengolea, los artistas instalaron sus trabajos en diferentes lugares de la Fundación. La muestra Cortar y pegar suma así nuevas obras al Espacio Contemporáneo que Proa propone intervenir con técnicas renovadoras en zonas no convencionales, y que tiende un diálogo entre las salas y el resto del edificio. En este caso, en referencia directa a la herramienta de los sistemas informáticos, las obras funcionan sobre la simpleza de esa utilidad, pero inquietan con sus materiales y formas.
Cortar y pegar, por Mónica Giron y Santiago Bengolea
Cortar y pegar, una muestra integrada por cuatro instalaciones de Manuel Ameztoy, Ernesto Ballesteros, Ariel Mora y Andrés Sobrino, coordinadas por Mónica Giron, con la colaboracion de Santiago Bengolea.
Invitados a repensar los espacios de la Fundación y diseminar por sus vidrios y paredes señas de sus imaginarios simbólicos, los artistas de Cortar y pegar trabajan diferentes zonas del edificio. Así, desde cada punto de vista desde el que asoman sus producciones, las obras abren nuevas posibilidades allí donde la terminación edilicia parece inmutable.
Cortar y pegar, traducción al español de la expresión inglesa Cut and Paste, alude a la clásica herramienta de los programas de edición y diseño informático. Grosso modo, la función habilita retomar, duplicar y relocalizar elementos ya producidos. Instalada en la cultura contemporánea como sinónimo de simplicidad y desplazamiento, la tarea ha sido ampliamante incorporada a la producción artística.
Así, las cuatro instalaciones establecen una analogía con la simpleza de la herramienta referida, sumada a la necesidad de adaptar una o varias formas al encuadre y al encuentro -como hecho artístico- con la estructura edilicia.
Una pieza de 14 m de alto de mylar calado, diseñada por Manuel Ameztoy, atraviesa la totalidad del espacio existente entre las escaleras y los corredores. La obra se recorre y se reencuentra al pasar de un piso al otro. Extensa, su largo completa la altura del edificio, al que intenta cubrir como un velo colorido, capaz de -simultáneamente- ocultar, revelar y distorsionar las perspectivas del espacio que lo contiene.
En el interior del edificio, y a modo de tesoros o hallazgos, aparecen y desaparecen las pequeñas formas que, cual perlas brillantes del cómic, ideó Ernesto Ballesteros. Irreverentes, y opuestas a las figuritas que suelen colocarse en el lugar central de un álbum de colecciones, o la obra de arte que invariablemente domina el centro de una pared, las burbujas de Ballesteros están lateralizadas: surgen del margen, casi como ajenas a la colección, pero gustosas en su presencia.
Ariel Mora modifica el reflejo propio de los espejos y la percepción de la luz del acceso a los baños públicos del primer piso y funda un tránsito colorido. El visitante aparece iluminado por tonalidades centellantes. Mora amplifica la sensualidad resultante de la exultación del color, y tensa la distinción masculino-femenino del corredor.
Cortar y pegar invade también los vidrios de la fachada, intervenidos con grandes cruces susceptibles de poner en crisis la relación interior-exterior y reeditar la visibilidad de la fachada. El trabajo de Andrés Sobrino apunta a tachar el paisaje e interrumpir, desde afuera o desde adentro, el sistema perceptivo. El esqueleto metálico de la Fundación, así como sus armaduras circundantes -puentes, barandas y construcciones industriales que en su mayoría son de los siglos pasados- se ven reflejados o citados en un eco sordo, acrecentado por la forma, el color y la liviandad de las diagonales de cintas de papel cruzadas.
Calados, cortes, cintas, impresiones digitales: conjunto heterogéneo que discute la estabilidad arquitectónica. Propuestas abstractas y planteos figurativos: límites de un vínculo que, inevitablemente, termina en riesgo.
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